jueves, 26 de julio de 2012

Al amanecer estaba rendido, mis piernas se movían solas y miraba con odio las ventanas tras las que dormían personas sin preocupaciones, pero junto con la confusión y el temor sentía crecer dentro de mí una fuerza nueva y desconocida, como si aquél acto de rebeldía estúpida fuese el primer paso para llegar a ser dueño de mí mismo. Comprendí que, en cierto modo, aún obrando sin razón y a costa de causar daño, me había puesto en camino de conseguir algo que me era esencial. Intuía que mi forma de expresarme en el mundo, de afrontar la vida, estaba predeterminada a llevar la impronta de la rebeldía y el dolor; tal vez es así como se madura siempre.

 Las pelirrojas traen mala suerte.

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